No es como lo dices, sino lo que dices.
L.C.C Annabel Balderas Carrillo
Hay infinidad de frases que están diseñadas para hacer alusión a las palabras mal empleadas o al hecho de querer lastimar a alguien con éstas, un ejemplo claro es la de: “las palabras se las lleva el viento”, o la de “palos y piedras podrán lastimarme, pero tus palabras nunca”, sin embargo, quienes las hayan creado nunca se preguntaron lo que sucedería si esto no es cierto, si caemos en la cuenta de que a veces una palabra mal dicha o mal aplicada puede desmoronar lo que uno ha construido, o inclusive, puede lastimarnos al grado de nunca más olvidarla, es más, pondré un ejemplo claro para poder desmentir este tipo de frases: cuando a un niño de 5 años, se le dice que es un tonto a lo largo de su crecimiento, con el paso del tiempo se lo creerá, irá por su camino entendiendo que no sirve para nada y que definitivamente no tiene la capacidad para realizar algo que quiera; o cuando una pareja pelea y sin pensarlo, salen a la luz dimes y diretes con ofensas y sobresaltos, de pronto se hayan pensando que son unos torpes para amar, que uno es un insensible y que el otro un gandaya.
Definitivamente en cualquiera que sea la situación las palabras se lanzan sin pensar en las consecuencias y no solo en esos ejemplos, hay infinidad de situaciones en donde no medimos lo que decimos y por más que busquemos la forma de decirlo, no sabemos manejarlo y acabamos lastimando al de enfrente, por eso es que difiero mucho de esas frases creadas para proteger el ego que hace que nosotros mismos seamos lo que somos y no nos rindamos ante alguien que venga a decirnos lo que sí y lo que no de nuestra forma de ser y actuar.
Esto no quiere decir que toda la vida nos la pasemos deprimidos o seamos tratados con pinzas, porque, parte de la madurez, es saber afrontar lo que viene, aprender que no siempre la vida será color rosa y que lo que se nos diga, será siempre positivo, a veces es bueno que se nos diga lo que hacemos mal, o como es la perspectiva de otros hacia uno.
Sin embargo, debemos aprender que las palabras no se las lleva el viento, se quedan plasmadas en nuestro ser, haciendo que sean difíciles de olvidar y poder superar, esto no quiere decir que no sea posible, simplemente, llevará tiempo lograrlo y poder colocar otras en su lugar.
Así como existen las palabras negativas, existen las positivas, las cuales, por extraño que parezca, también resultan incómodas, aunque se lea ilógico, llega a suceder, he de ahí el título de mi artículo, no importa lo que digas, sino como lo digas.
¿Qué sucede cuando alguien a quien consideras tu amigo del alma llega y te dice de manera bonita que estás haciendo las cosas mal?
Hay de dos, o lo tomas bien y le das las gracias, o te sientes agredido porque no supo cómo decirte que la estabas defecando; pero viene el caso contrario, que pasa cuando alguien que no es muy cercano a ti, llega y te dice un halago o simplemente tiene una atención contigo, agradeces pero no sabes que decir después, resulta tonto pero verídico, las palabras son muy fáciles de escribir, de decir, inclusive de formarlas para lograr una oración, pero hay que saber impregnarles un sentimiento para lograr nuestro objetivo deseado hacia el otro.
¿Por qué a veces, cuando queremos terminar una relación nos cuesta trabajo hablar?
¿Por qué no podemos decirle a alguien que se ve terrible con lo que usa? Simple y sencillamente, por miedo a la reacción que pueda ocasionar nuestra frase u oración.
Entonces, si para situaciones pequeñas o de cierta forma, fáciles de llevar a cabo, nos medimos al hablar, ¿por qué en lo que debemos tener cuidado, soltamos la lengua como si nos pagaran por cada palabra?
Debemos aprender a tener paciencia y saber qué, cómo y cuándo decir lo que llevamos muy en el fondo de nuestro ser, hay que aprender que no porque a alguien le digas, aquí terminó, quiere decir que ya no hay amor; hay que saber discernir de lo que uno quiere hablar a lo que uno siente, darle una pisca de pasión y sentimiento a las palabras que utilizamos para comunicarnos; hay que saber comprender que cada quien tiene un significado distinto para las palabras y que si dedicamos un pequeño tiempo para explicar nuestras palabras, seguramente la comunicación podrá fluir como uno quiera, y no como la situación se vaya tornando.
Siempre he dicho que hablando se entiende la gente, y que al que no habla, Dios no lo oye, por eso que hay que tener sumo cuidado con lo que decimos, porque, a pesar de que son simples letras que forman palabas y luego forman oraciones, son capaces de lograr una sonrisa o una lágrima sin que nos percatemos del momento preciso en que surgió.
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